Friday, November 2, 2012

El solitario camino de un ejecutivo


Era el año 2010 cuando Jerónimo se había trazado como objetivo convertirse en uno de los más grandes ejecutivos de su corporación. Él sabía que de esto dependía en gran medida el posible triunfo para su carrera profesional. Se imaginaba un día sentado en la más importante silla del director general que comandaba la gran empresa.

Ciertamente un día, se encontró a un gurú, de esos que cuentan historias que hacen a las personas reflexionar acerca de su vida y de sus decisiones. Michael era su nombre y había trabajado con algunas universidades de la región, ya sea en un seminario en la maestría o en un congreso como invitado especial.

Ese día en particular Jerónimo logró colarse en una de esas sesiones a las que solo se entran por invitación, él no tenía una, pero era bien conocido por una de las maestras de la universidad y le ayudó a ubicar una silla en el lugar.

Michael empezó a hablar del quehacer directivo, de lo que implicaba en términos de la gran trascendencia que un ejecutivo puede tener al trazar el rumbo de una organización e influir para que la gente se sume a esta visión para hacerla realidad en el quehacer cotidiano.

Estas palabras emocionaban a Jerónimo, aunque no escuchaba lo que él quería. En donde estaban las recompensas, los bonos, el estatus social que se gana por ser el que manda. Esas cosas que él lograba ver en la corporación en la que trabajaba. Eso era ser ejecutivo ¿no?, ser al que escuchan, el más inteligente por encima de cualquier otro. Jerónimo era lo que admiraba de la compañía para la que trabajaba. A él le eran reconocidos comportamientos agresivos, se decía que poseía mucha seguridad, aunque él sabía, que a veces tenía miedo pero sabía disimularlo, mejor parecer que estaba en control a parecer un tonto. Muchas veces le salían bien las cosas, la gente lo seguía, era un tipo listo, bien preparado, HARVARD era su institución de Maestría.

Jerónimo seguía escuchando a Michael, y ya se estaba cansando con tanta filosofía. Que si un ejecutivo es quien le da ritmo a la organización a través de lo que decide impulsar o enfocar. Que si la autoconciencia era una de esas cosas que el ejecutivo debía desarrollar para saber reconocerse cuando perdía piso, cuando se estaba debilitando su capacidad para aprender y su sensibilidad para comprender si su equipo colaboraba y estaba alineado para enfrentar con entusiasmo los retos del negocio. Por fin, se acabó pensó…

Jerónimo debía hablar con Michael para preguntarle algunas cosas. Michael, el trabajo de un ejecutivo es el más importante en las empresas, por qué tanta filosofía si lo mejor es ser prácticos ¿no? Mire yo estudié en Harvard, se me da esto de la planeación estratégica y soy un tipo afortunado. Lo que yo quiero preguntarle es ¿cómo le hago para ser el Director General? Ya he demostrado que puedo y que poseo habilidades para sacar adelante cualquier reto, cómo ve soy decidido, estoy bien preparado y en la empresa me reconocen.

Michael un poco sonriente, mirando al buen amigo Jerónimo con sus aires de Ejecutivo Superstar, le dijo. El trabajo del ejecutivo en muchas ocasiones es un trabajo en solitario, que está determinado en gran medida, por la propia capacidad del ejecutivo de abstraerse de las medallas que se han logrado en el pasado, porque éstas son solamente un peso que le impiden a muchos seguir aprendiendo y disciplinándose en tratar de ser una persona antes que un puesto.

Los grandes CEOs que he conocido anteponen su persona a su rol. Y ese Jerónimo es una ruta corta hacia eso que quieres lograr. Cuesta trabajo definitivo. Es fácil, nunca. Jerónimo no entendía aquellas palabras, verdaderamente no sabía a qué se referían.

¿Dónde estaba la respuesta práctica? ¿Cuál era la ruta de carrera? ¿Por qué tenía que preocuparse por ser antes persona que ejecutivo? Estimado lector, ¿te sabes la respuesta? ¿Qué piensas de esto?

Artículo escrito en Abril del 2012
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Mario A.Ortiz Coach

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